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Nuevos límites de la arquitectura


Es frecuente que de manera cotidiana escuchemos a una gran multitud de personas referirse a diversas fincas como parte de un cúmulo de arquitectura, cuando la realidad es que varias de ellas no cuentan ni siquiera con medio centenar de años. La plástica, los volúmenes y las formas de los inmuebles –a causa de su fábrica, por los materiales y procedimientos, además de las codificaciones expresivo-formales– y estilos, nos parecen próximos a una arquitectura más distante de nuestro propio tiempo.

En el estado aguascalentense existen cuantiosos inmuebles que bien entrado el siglo XX, manifestaron elementos formales y constructivos con reminiscencias de centurias pretéritas, lo que trajo consigo los «revival» o «historicismos» arquitectónicos. Sería hasta el uso extensivo del tabique, el concreto y el acero que los edificios empezaron a adquirir una apariencia inédita a los acaliteños. Los bloques fueron diáfanos, las formas menos convencionales, los ornamentos más bien austeros, o en su caso, una sofisticación más abstracta.

La edificación tradicional no podía negar en el diseño la fuerza de su naturaleza constructiva –con excepciones, como en el barroco–, sin embargo el empleo de materiales y técnicas nuevas de lo contemporáneo, ofrece la posibilidad de disociarla de la forma resultante. Ya en tiempos pasados, «lo moderno» comenzó a observarse desenfadadamente como tal, algo desconocido y novedoso, aunque hay ejemplos como los del templo de San Antonio y del Museo de Aguascalientes que son obras eclécticas de concepción intelectual y constructiva modernas, pero empleando códigos compositivos de formas de prácticas remotas.

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Al margen de la modernidad derivada de la industrialización, la arquitectura procedente del «Movimiento Moderno» propiamente dicho (hay que recordar que así se le denominó a una compleja tendencia arquitectónica y artística surgida a inicios de los años veinte del siglo pasado). Profuso en sus ejemplares en los años cincuenta, sesenta y parte de los setenta, década en que la nostalgia por la tradición remota dio como resultado un lapso de unos quince años de posmodernidad historicista.

A mediados de los años noventa y con un país cada vez más inmerso en los procesos de globalización –el ahora amenazado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que entró en vigor en enero 1 de 1994–, el hambre de novedades y el acceso a ellas fue creciendo y participó a la arquitectura varias de sus inquietudes plásticas, intelectuales, económicas y de representación social. Mucho de lo planteado en aquel momento cristalizó hasta ya entrado el siglo XXI (no olvidemos también la crisis económica de la mitad de los años noventa) y lo hizo con ese aire abierto a lo universal, no es coincidencia que el edificio Emporium One ubicado en el Boulevard San Marcos No. 203 del desarrollo Capital City en Aguascalientes, cuyo nombre en inglés aluda a aquélla.

El bloque de oficinas, proyecto del «Grupo Spazio. Arquitectos», posee un perfil que conjuga aristas agudas y superficies de sinuosa curvatura, todo recubierto en vidrio y metal para potenciar aún más la noción de modernidad: formas alejadas de la tradición vernácula y materiales de aplicación reciente en nuestra ciudad. El ejemplo es sin duda una de las piezas arquitectónicas que dan la bienvenida al siglo XXI en la urbe acalitana. Aún está por verse si ése es el camino o uno de ellos que la producción arquitectónica tomará a lo largo de esta centuria, sin embargo no puede negársele al menos el intento por originar una tendencia fresca.

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Los perfiles recientes y lo implicado en ellos tales como significados, materiales y procesos de construcción, van ganándose una especie de carta de naturalización; a medida que se dirigen hacia un lugar en la práctica de los arquitectos, ingenieros civiles y constructores, lo mismo que en la preferencia de la población, lo inédito en ellas se transforma en familiaridad y su repetición comienza a generar un gusto.

De esta manera lo novedoso pasa por un proceso de domesticación y se convierte en algo de uso común. Tal vez en nuestros tiempos ávidos de propuestas originales ello puede interpretarse como el fin de una creación única, pero en verdad, ese es el momento en que la producción singular comienza a desdoblarse en una tendencia y esa propensión a su vez, puede tener el potencial de generar obras inéditas que en condiciones favorables repetirán el ciclo.

Los edificios que van brotando en este siglo en el suelo aguascalentense –optimistas por su confianza en lo moderno como vía de expresión–, son apuestas a perdurar y ganarse un espacio en la preferencia de la población, sólo el tiempo podrá corroborar la oportunidad y la fuerza de su visión, sólo entonces será capaz de evaluarse la calidad de su oferta y la solidez planteada, pero a pesar de todo lo anterior y dejando de lado las valoraciones inmobiliaria o económica, podemos sumarnos al optimismo que genera una realización de tal envergadura en una metrópoli ávida de actuales planteamientos arquitectónicos y urbanos para su apropiación y afincamiento finales.

Fuente: El Heraldo

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